Interesante y pavorosa leyenda del México Colonia, pero más interesante y atractiva debido a que aún se conserva como irrebatible testimonio el objeto en torno al cual giran estos hechos: ¡El mismo Cristo del Veneno! Todo aquel que quiera comprobar la veracidad de esta leyenda, puede ver tocar y quizás invocar al Cristo del Veneno, que se encuentra en el museo de la Catedral Metropolitana.
Hace algunos años esta negra escultura estuvo expuesta en la iglesia de Porta Coeli, en la hoy sexta calle de Venustiano Carranza, muchos pudimos ver qué cantidad de milagros y ex – votos tenía este cristo. ¿Pruebas éstas de que había causado bien o causado mal? ¿Por qué? Antes veamos un poco de la historia de donde parte la leyenda, para formar estos hechos extraordinarios, así que subámonos a la máquina del tiempo para ubicarnos en el año de 1603, cuando fueron comprados los terrenos para el convento de los dominicos; en aquellos lotes que formaban parte de las casas de la antigua calzada de Iztapalapa fue concluida la obra en el siglo XVII. El 22 de mayo de 1711 fue dedicada la iglesia, y desde ese día la calle tomó el nombre de Porta Coeli; de entre las imágenes que se colocarían en los altares del templo, estaba un Cristo crucificado de hermosa talla traído de España.
Ahora veamos al personaje que los insólitos acontecimientos iban a ligar con el Cristo: era nada menos que el obispo Gaytán. Pese a su investidura, se caracterizaba por ser un hombre humilde, vivía en una celda donde se recogía después de rezar ante el Cristo, y todos los días al salir besaba los pies de la escultura, lo cual ya era una invariable costumbre. El obispo era un denodado defensor de la justicias, y sostuvo batallas tremendas contra los múltiples atropellos de la Inquisición; estos hechos nos los cuentan los antiguos documentos en donde describen todo lo que hizo ante los tribunales de la fe. En aquella época nadie tenía derecho a la defensa, cuando el Santo Oficio atrapaba a alguien, muy pocos salían vivos de aquellas infernales mazmorras, a donde el obispo iba a ver a las víctimas para auxiliarlas hasta el final; y respetado por su rango y por su personalidad, entraba a veces hasta las cámaras de tortura para impedir los tormentos.
Pero un día sucedió, que la codicia tomó la forma de hombre y este a su vez, la del Diablo, y fue a tentar a dos oidores, este individuo llevaba por nombre el de Ignacio Alonso de Miranda, quien les relató su historia de cómo hacerse rico en tiempo record: A él y a su compañero don Gaspar de Nuño les informaron de yacimientos de oro en el noroeste del país, pero ya cuando estaban más cerca del tesoro, don Alonso decidió quedarse a divertirse con mujeres; en tanto don Gaspar y dos indios que le condujeron al sitio, marcharon en busca de las minas de oro sorteando peligros, padeciendo mil penalidades, pero dos años más tarde regresó a la ciudad cargado del preciado metal y a la sazón, uno de los hombre ricos de la Nueva España. Una vez concluido su relato, el codicioso caballero les pidió su ayuda a los oidores para quitarle sus minas y riquezas acusándolo de herejía, ya que el pretexto perfecto eran los indios con sus ídolos.
Ajeno a cuanto se tramaba en su contra, en su lujosa casona don Nuño se preocupaba por catequizar a los indios, enseñándoles la religión cristiana, pero esta calma duraría poco tiempo, pues dos días más tarde se escucharon fuertes golpes a la puerta, seguidos de una siniestra voz que hacía temblar hasta a los más osados: "¡Abrid en nombre de Santo Oficio!". Tan pronto abre la puerta, oidores y criados se precipitaron al interior de la casa para notificarle que se le acusa de herejía; acto seguido los dos indios tlaxcaltecas, fieles sirvientes y amigos de don Nuño, atacan a los soldados, sucumbiendo ante sus armas. El dueño de la casa aprovecha la confusión y sale huyendo con la agilidad milagrosa que proporciona el miedo, y sobre todo ese miedo al Santo Oficio, logrando llegar a la calle y de ahí hasta la celda en que vivía el bueno y santo obispo Gaytán.
Le contó todo lo sucedido al religioso, y este decide esconderlo en Porta Coeli mientras cae la noche para mandarlo rumbo Texcoco con unos amigo. Y como en todos los casos, el obispo recurre a la escultura del crucifijo para implorarle ayuda en su lucha por la justicia, y como fuera siempre su costumbre, besa con profunda unción los pies del Cristo.
Mientras tanto, en la lujosa casa de don Nuño en la calle de Balvanera, el Santo Oficio incitado por la codicia y la maldad, destruía todo por medio del fuego; por supuesto que iban a buscar al caballero por cielo mar y tierra para apresarlo. Esa misma noche el obispo envía con un cochero de confianza al perseguido hasta un sitio en que encontraría seguridad.
Al día siguiente se indica la causa en ausencia en contra de don Gaspar de Nuño, acusándole de diabólicos procedimientos y actos de hechicería; mientras se llevaba a cabo la lectura del veredicto entra el obispo Gaytán gritando que tal acusación era una vil mentira, en la sala se produce conmoción, pues hasta entonces nadie había osado llamar mentiroso a ninguno de los crueles fiscales y oidores, pero el religioso junto con el auxilio del Cristo de Porta Coeli avanzó sin inmutarse. Entonces se inició un juicio que duró días, tantos documentos, tantos testimonios de las obras de caridad cristiana y de socorros que hacía a la iglesia don Gaspar de Nuño, que logr´po que fallaran que era inocente; por primera vez en la Nueva España, un pregonero del Santo Oficio hizo público su fallo.
Ni tardos ni perezosos, los oidores falaces y ambiciosos fueron a intrigar ante el arzobispado, buscando la venganza contra quien les había evitado hacerse ricos, y nadie sabe cómo y porque, pero prosperó cizaña contra el bondadoso obispo. Días más tarde un fraile le entregaría una carta, en la que decía que debía permanecer en el convento de Porta Coeli en quieto retiro hasta que se le ordenara lo contrario; el religioso solo se arrodilló a orar, de sus labios no salió una frase contra sus enemigos, y después de ese día observó con resignación y disciplina la orden que se le había dado.
A fin de evitar la venganza del Santo Oficio, don Nuño desapareció de la Nueva España, y entonces don Ignacio centró su odio en el obispo y sin mucha demora entró en acción esa misma tarde, cuando vio salir al sacristán de Porta Coeli y decide valerse de el para obtener informes del religioso, claro que mediante módica suma de oro soltó la lengua sobre su rutina diaria, pero sin obtener mucha información decide citarlo en un lugar más privado para que le cuente todo con lujo de detalle. Días más tarde se reúnen en una taberna, el sacristán le relata al don Ignacio el día a día del obispo hasta el más mínimo detalle, entre ellos la costumbre que tenía de besar los pies del Cristo después de la oración; esto haría que el codicioso caballero formularía un plan para acabar con su enemigo.
Noches después don Ignacio le hace entrega al sacristán, de un pomo conteniendo activísimo veneno para que lo depositara en los pies del Cristo; entonces el sobornado obedece y vierte, ocultándose de la gente, el líquido en los pies de la imagen. Al día siguiente el sacristán vigila al obispo Gaytán que reza ante el Cristo; pero después de concluidas sus oraciones, se inclina para besar los pies del redentor, entonces ante el asombro y el espanto del sacristán, la imagen empieza a encoger las piernas, y a medida que las iba encogiendo para evitar que el religioso bese sus pies, el Cristo se va poniendo negro. El obispo sorprendido alza los ojos y ve que se ha puesto totalmente negro, entonces el sacristán cae de rodillas pidiendo perdón y poco después confiesa que don Ignacio le dio una botella con un líquido para que lo vaciara en los pies del Cristo.
Ante suceso tan insólito, se mandaron hacer investigaciones y descubrieron que el líquido misterioso era un muy potente veneno que el Cristo había absorbido. Pero lo que no sabía ni el obispo ni el sacerdote investigador, es que las tantas veces pecador Ignacio Alonso de Miranda, por designios del señor, recibiría en esos momentos terrible castigo: sus amigos asustados retroceden, don Ignacio lanza un grito de terror y cae de la silla, y vieron con espanto como las piernas se le encogían como al Cristo de Porta Coeli; y así por muchos años vivió, si así puede llamársele a lo que pasó en la tierra al terrible pecador.
Al conocerse los pormenores del increíble suceso, cientos de fieles y curiosos acudieron a la iglesia de Porta Coeli para admirar al Cristo Negro, y pronto la imagen se le conoció como "El Cristo del Veneno", pues era ya mucha la fama de que curaba toda clase de envenenamientos. Según nos dice la leyenda, la milagrosa imagen evitaba envenenamientos, pero las hechiceras buscaron la forma maléfica de que obrase en sentido inverso, y se cuenta también que una dama fue a la iglesia para rezar al revés las oraciones que le diera una bruja, y el vulgo sostuvo que allá en casa de la amante del esposo, este había muerto envenenado.
Muy pronto en toda la Colonia se dijo que el Cristo de Porta Coeli, así como aliviaba a los envenenados, causaba también la muerte por veneno. Y se asienta en documentos, que doña Herlinda Astudillo de Guevara, bella y joven mujer fue víctima de una cruel venganza de su despechado enamorado con el piquete de una serpiente, y mientras un criado mataba al reptil, los ancianos padres encomendaban la vida de su hija al Santo Cristo del Veneno, prometiéndole que la muchacha ingresaría a un convento; Doña Herlinda se salvó de la muerte, profesó y con los años fue superiora del convento de las Capuchinas.
Mucho luchó la iglesia por terminar con la malvada e insana leyenda en torno del Cristo. Transcurrieron los años, vino la Independencia junto con las leyes de Reforma, en donde el colegio y convento de Porta Coeli, fue intervenido por orden del presidente Juárez. En el convento se instalaron comercios, entre ellos la famosa tienda de don Blas Sanromán, conocida como "Las Siete Puertas"; con el tiempo el templo fue abierto para el culto, pero lo que siempre continuó sin interrupción en esa iglesia fue el culto al Cristo del Veneno. ¿Tantos milagros y exvotos que se retiraban periódicamente patentaron los milagros obrados por el Cristo?
Luego vinieron otra vez tiempos difíciles para el clero y los templos católicos fueron cerrados, y ya nadie tuvo acceso a la iglesia de Porta Coeli, pero cuando se reabrieron templos se notó que el Cristo del veneno había desaparecido. Pero las lenguas se soltaron y hubo quien dijo que la iglesia para evitar culto tan tremendo, cuando por maldad se hacía, se decidió incinerar el Cristo; y por esa época se dijo también que el Cristo fue escondido en una casa en Tacubaya. Lo cierto es que la imagen rodó de aquí para allá con peligro de perderse, de que llegara a destruirse tan maravillosa y antigua obra del arte colonial, pero hace años unas damas religiosas llevaron a la Catedral Metropolitana la maravillosa y legendaria escultura.
Después de mucho pensarlo, un religioso decidió no colocarla en altar alguno para evitar los milagros y contra – milagros, hasta que un día el encargado del museo religioso de México descubrió la escultura. ¡Y ahí la tienen! La pueden visitar todavía y podrán ver que está negro con las piernas encogidas, tal como nos cuenta la leyenda. Quizás alguno de ustedes vuelva a invocarla… si, para bien o para mal. ¿Creen que existe tal cosa? ¡Prueben!
No, sería peligroso, recuerden el desagradable fin de don Ignacio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario