La Profesa está ubicada en la confluencia de las calles de Madero e Isabel la Católica, en el centro Histórico de la Ciudad de México. La iglesia de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, se llamó simplemente la Profesa, porque era el templo de la residencia de los jesuitas profesos. A raíz de la expulsión de los jesuitas el templo quedó a cargo del colegio de San Ildefonso y, hacia 1771, fue adquirido del gobierno por los padres del oratorio de San Felipe Neri, y quedó bajo la advocación de San José el Real. El inmueble está bajo el régimen de propiedad Federal y fue declarado como Monumento Histórico el 27 de agosto de 1932 e incluido en el Decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 11 de abril de 1980. La fachada sobre la calle de Madero fue restaurada. En el inmueble se encuentra un escudo con la grabación: SEÑOR Y DIOS NUESTRO NOMBRE SACROSANTO/SEA EN TODO El ORBE BENDITO/Y TODOS CON DULCE CANTO/DIGAN LEVANTANDO EL GRITO/O DIOS SANTO, SANTO, SANTO/SE ACABÓ ESTA IGLESIA 21 DE ABRIL DEL AÑO DE 1720 AÑOS SANCTUS, DEUS/SANTUS FORTIS/SANTUS INNORTAL/MISERERE NOBIS.
La Profesa es uno de los recintos que reúne mayor historia y valor artístico en la Ciudad de México, debido a que desde su creación acumuló espléndidas obras de arte. En la actualidad posee una importante pinacoteca con obras de los principales artistas del virreinato. La muestra está abierta al público, que la puede visitar los sábados.
El fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola, deseó enviar jesuitas a la Nueva España, pero fue hasta 1572 cuando llegaron los primeros, que debieron desempeñar su actividad misionera en los ásperos territorios del norte que no habían sido evangelizados hasta entonces. En la Ciudad de México se establecieron en la iglesia que se sigue llamando comúnmente la Profesa. El templo pudo edificarse gracias al patrocinio de Alonso de Villaseca, el creso mexicano, cuyo interesante sepulcro puede aún verse en la iglesia de San Miguel de la plaza Pino Suárez. En los límites nororientales de la traza urbana establecieron los jesuitas sus colegios de San Gregorio y de San Pedro y San Pablo,cuya iglesia sirve ahora como Museo de la Luz, y, más cerca, el famoso SanIldefonsoque aún hoy constituye un ejemplar espléndido de arquitectura virreinal. Debido a su condición de colegios, estas obras jesuíticas no fueron afectadas por la secularización de las doctrinas de mediados del siglo XVIII, sin embargo si fueron afectadas por la expulsión de la Compañía, llevada a cabo en 1767.
En 1585, a solicitud del jesuita Pedro Mercado se fundó el templo con donativos de Fernando Núñez de Obregón y Juan Luis de Rivera, tesorero de la Casa de Moneda, quien fue también su patrono. La primitiva iglesia se construyó entre 1597 y 1610, siendo el constructor de la cubierta el arquitecto Melchor Pérez de Soto. Pocos años después, a consecuencia de la inundación de 1629, el edificio quedó arruinado, por lo que se edificó el actual, que se terminó y dedicó en 1720, bajo la dirección del arquitecto Pedro de Arrieta, siendo su patrona Gertrudis de la Peña, Marquesa de las Torres de Rada. En 1799, el retablo principal fue sustituido por uno neoclásico, obra del arquitecto Manuel ToIsá, con esculturas de Pedro Patiño Ixtolinque. La casa de ejercicios que tuvo anexa, llamada de San Ignacio, fue el lugar de reunión de un grupo Conservador que redactó, el Plan del Profesa en 1820, a favor del absolutismo y contra la Constitución de 1812.
Como ya se mencionó, existió un primer edificio de carácter provisional erigido a finales del siglo XVI, pero el que hoy se mantiene en pie, dedicado a la Purificación de Nuestra Señora, fue realizado por Pedro de Arrieta. Este arquitecto, considerado precursor de la arquitectura desarrollada a lo largo del siglo XVIII, erigió, sobre la planta ya existente, una iglesia de tres naves con cúpula ochavada al centro del crucero. En la fachada principal tomó elementos de la tradición arquitectónica del siglo XVII, pero también marcó algunas pautas para posteriores fachadas novohispanas, como el empleo de la ventana de coro octogonal, cuyas ilimitadas posibilidades se fueron desarrollando hasta llegar a las fantasiosas ventanas estrelladas, tan típicas del setecientos. Asimismo, remetió un poco la fachada y la encuadró entre dos grandes estribos, como más tarde lo harían otros arquitectos. Esta fue la única obra en que Arrieta usó más ornamentación (en las enjutas del arco, en el primer tercio de las columnas tritóstilas y en el friso, entre otros elementos); pues en el resto de sus creaciones priva un carácter más tectónico que decorativo. Posteriormente el escultor valenciano Manuel Tolsá se encargó de la construcción del nuevo retablo neoclásico, que hoy se conserva. Está dedicado a San Felipe Neri y es uno de los más bellos de la Ciudad de México construido bajo los lineamientos de la Real Academia de San Carlos. Tolsá fue un escultor y arquitecto, nacido en Valencia, España en 1757, y enviado a México en 1791, para reemplazar a José Árias como director de la sección de escultura de la Academia de San Carlos. Tolsá obtuvo el grado de Académico de Mérito en arquitectura en 1797. En 1810 fue designado como director de arquitectura de la Academia.
En la fachada del templo, el arco de ingreso es conopial, o sea de recuerdo medieval, en tanto que los fustes de las columnas de su primer cuerpo son de carácter puramente clásico, mientras que las del segundo cuerpo son tritóstilas, es decir que marcan con frondosa decoración vegetal el primer tercio de su fuste, con recuerdos del plateresco. En el interior, asombra su disposición en tres naves de tal claridad espacial que rememoran un ámbito renacentista, mientras que los apoyos son francamente haces de columnas góticas, y así el todo y las partes dejan sentir una armoniosa unidad estética, incluyendo el suntuoso retablo mayor neoclásico de Tolsá.
El templo de la Profesa está considerado como un magnífico exponente del siglo XVIII, y al mismo tiempo como un ejemplo palpable de los cambios sufridos en el XIX. Pero lo que le hace realmente sobresaliente es la riqueza de las artes figurativas que fue acumulando.
En la Profesa original residían los religiosos jesuitas de cuarto voto -pobreza, castidad, obediencia y fidelidad al Papa-. Fue la primera iglesia consagrada con ocasión de la beatificación de San Ignacio de Loyola, el 31 de julio de 1610. Constaba de tres naves como la presente, y alfarje cuyas tablas finamente doradas ostentan un magnífico dibujo de lazos mudéjares, como lo menciona Manuel Toussaint en su obra Arte Mudéjar en América, tal y como puede observarse en los plafones de las tribunas que prolongan el coro hacia las naves laterales.
La iglesia muestra en su exterior muros recubiertos de sillarejos de tezontle que enmarcan dos portadas de cantera clara, siendo la principal -sobre la calle de Isabel la Católica- de suma importancia dentro del barroco dieciochesco novohispano. En la parte del segundo cuerpo sobresale un gran relieve historiado de la aparición de Jesús con la Cruz a cuestas a San Ignacio de peregrino, ante la presencia del padre Celestial rodeado de ángeles. Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, los padres del Oratorio de San Felipe Neri la obtuvieron a cambio de la iglesia, claustros y templo en construcción ubicados en la calle de República del Salvador. Posteriormente, se encarga a Manuel Tolsá el retablo principal en honor de San Felipe Neri fundador del Oratorio romano. De tal manera y conforme al gusto de la época, nuevos retablos neoclásicos sustituyen a los anteriores barrocos. Al mismo tiempo son fabricados en el nuevo estilo los canceles, el púlpito, los ambones y balaustrada del coro que junto con los candiles, ramilletes y candeleros de calamina, forman un armonioso ambiente neoclásico.
En1802, el edificio fue remodelado por el mismo Tolsá, y destinado por los padres filipenses para servir de casa de ejercicios espirituales de encierro para hombres, empleo que conservó hasta 1862, año en que desapareció al abrirse la calle 5 de Mayo. En 1855 se conmemoró ahí la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción, hecho que atestigua un interesante óleo sobre tela conservado en el Museo Nacional de Historia en Chapultepec.
En enero de 1914, se declaró un voraz incendio que destruyó las pinturas de la cúpula decorada por Pelegrín Clavé y sus discípulos, quienes habían plasmado en sus gajos los siete Sacramentos y en el octavo, el triunfo de la Santa Cruz. Del incendio sólo se salvó un óleo elaborado en 1861, que representa la bendición de la Creación, situado en el cierre de la linternilla. Como consecuencia, la iglesia tuvo que ser restaurada.
Con la implantación de las Leyes de Reforma, la iglesia perdió gran parte del influjo sobre las Bellas Artes que había mantenido por tres siglos. Poco tiempo después surgió el interés por rescatar y estudiar el Arte Virreinal a través de la formación de colecciones de obras de arte entre particulares y entre corporaciones eclesiásticas y civiles y sobre todo en instituciones oficiales. Es así que hoy en día se puede disfrutar de la producción pictórica de los maestros novohispanos. Por lo valioso de sus colecciones destacan los museos de la Pinacoteca Virreinal, en el exconvento de San Diego, de la Ciudad de México: el museo Nacional del Virreinato, en Tepotzotlán, así como los de Querétaro, Guadalajara y el de Guadalupe, en Zacatecas. Como caso intermedio entre el museo público, el templo abierto al culto y la colección particular, está la Pinacoteca de la Iglesia de la Profesa. Su acervo cuenta con obras de número y calidad realmente notable, toda vez que está enriquecida con obras de Villalpando, Correa, los Hermanos Rodríguez Juárez, Cabrera Páez y Alcíbar, entre otros.
De las obras pictóricas del interior de la iglesia, la lista merece ser encabezada, tanto por su antigüedad como por la importancia histórico-artística que guarda, por el cuadro de la Virgen del Pópolo que se aprecia en lo alto del retablo lateral del lado izquierdo del testero. Al parecer, es una de las copias que a finales del siglo XVI, San Francisco de Borja, a la sazón tercer General de la Compañía de Jesús, mandó sacar de la imagen venerada en Santa María la Mayor, en Roma, y que la tradición sostenía había sido realizada por el evangelista San Lucas. Posteriormente, el cuadro formó parte de una composición más vasta, pues en el siglo XVII, el pintor Juan Correa le añadió la figura de San Lucas en el momento de pintar a la Virgen.
Otra de las obras más antiguas y valiosas, es la tabla con el tema de Pentecostés, que se encuentra a los pies de la iglesia, por la entrada derecha; su autoría se atribuye a Baltasar de Echave Orio. También a los pies de la iglesia, pero a mano izquierda, se localiza un enorme lienzo de mediados del siglo XVII, anónimo, con la escena de la Coronación de Espinas. Aunque en un sentido más horizontal, la composición sigue el modelo de Van Dyck. El cuadro presenta una factura que conduce a pensar en Pedro Ramírez.
Lugar especial merece el enorme lienzo de la Crucifixión colgado a gran altura sobre el retablo de San José, atribuido a José Juárez, considerado el mejor pintor novohispano de mediados de la centuria decimoséptima. En él se recortan con inusitado vigor, sobre el fondo oscuro, las figuras de Jesús y los dos ladrones en la cruz. El cuadro muestra un magnífico dibujo, paleta contenida pero adecuada y un empleo bien entendido del claroscuro.
Colgados a cada lado de la puerta de entrada se encuentran cuadros del célebre pintor Cristóbal de Villalpando. Uno, representa a la Virgen del Rosario. El otro es la representación de una Visión de Santa Teresa; cuadro de exquisito barroquismo que representa el momento en que la santa de Ávila tuvo un arrobamiento que casi la sacó de sí. Obra en verdad extraordinaria.
Notables, por último, son dos cuadros sobre tabla con escenas de la vida de San Francisco, que están colgados casi en los pies de la iglesia en la nave lateral del lado derecho; las cuatro láminas con cabezas de apóstoles que adornan los pedestales de los soportes del retablo de San José, de Nicolás Rodríguez Juárez; y por último, el Vía Crucis, magnífica serie que muestra un especial gusto por los escorzos y cuerpos musculosos, y cuyo autor hay que buscarlo entre los pintores de la segunda mitad del siglo XVIII.
En la antesacristía se encuentra un cuadro de no mucha calidad pero de novedoso tema que representa Las cinco llagas de Cristo, firmado por José Fernández Otaz, un pintor casi desconocido.
Por su parte, en la sacristía se encuentran excelentes pinturas, bellas esculturas y muebles. Merecen ser mencionados dos obras de sabor murillesco que realizó Miguel Cabrera en cuartos de punto con los temas de La Anunciación y Los Desposorios, en las que destaca la solución que el pintor dio a las composiciones para adaptarse a la superficie de las telas; también está el resto de las láminas que completan el Apostolado, ejecutado por Nicolás Rodríguez Juárez. Por último, un excelente cuadrito del Divino Rostro, que muy probablemente sea una obra europea.
La capilla de nuestra Señora de Guadalupe está adornada con valiosas pinturas como la serie de escenas de la Vida de San José de Juan Rodríguez Juárez, hermano de Nicolás. También hay en esta capilla algunas obras con San Joaquín y Santa Ana, que tienen todas las características del estilo de Cristóbal de Villalpando. Y por último, dos cuadros de Francisco Martínez, artista de la primera mitad del siglo XVIII que representan La Visitación y La Anunciación, de factura no exenta de mérito.
En los anexos se ha adaptado la Pinacoteca con cuatro salas. En la primera se han agrupado todas las pinturas que se relacionan con la Compañía de Jesús, con obras que provienen de los fondos artísticos que dejaron los jesuitas en esta iglesia antes que pasara a manos de la Congregación del Oratorio. Entre ellas sobresale una tabla, que bien pudiera ser de Alonso López de Herrera con una interesante representación de San Francisco de Borja; también hay dos enormes cuadros de autor anónimo que muestran una curiosa coloración amarillenta y que representan pasajes de San Ignacio y San Francisco Javier; asimismo, el cuadro de La muerte de San Francisco Javier; en él está pintado un hombre oriental llorando, que es estupendo. Está también un Patrocinio de la Virgen a los Jesuitas, de gran tamaño y buena hechura, firmado por Francisco Martínez, artista que descolló más como dorador (él doró el retablo de los Reyes en la Catedral Metropolitana) y que fue Notario del Santo Oficio de la Inquisición. Se pueden ver dos cuadros que representan a mártires jesuitas en el Japón, muy cercanos en estilo a José de Páez, y un curioso cuadro debido a Nicolás Enríquez con San Ignacio en la cueva de Manresa, que incluye la descripción topográfica de la localidad.
En la segunda sala, conocida como Cardenal Newman se han dispuesto todas las pinturas relacionadas con la Congregación del Oratorio. Ahí está la galería de retratos de los padres prepósitos; la estupenda serie de once personajes que estuvieron relacionados con el Oratorio; la otra serie, formada por diez de las doce telas con escenas de la vida de San Felipe Neri, debida al pintor Antonio de Torres. En la cabecera de esta sala se observa el enorme cuadro del Patrocinio de San José a los filipenses de la mano de José de Alcíbar, dedicado en 1767, en agradecimiento al patriarca, porque durante siete años, puesto bajo su protección, ningún miembro del oratorio falleció. El cuadro constituye un documento de la historia del oratorio, pues incluye una magnífica serie de verdaderos retratos de los miembros de la corporación.
La tercera sala, llamada Tres siglos de pintura en México, agrupa obras de diversos autores que van del siglo XVII al XIX. La muestra se inicia con un cuadro de Santa Úrsula y sus compañeras, e inmediatamente un excelente lote de obras del pintor de alma barroca, Cristóbal de Villalpando, entre las que destacan las cuatro telas con escenas de la Vida de José, el hijo de Jacob, que fue vendido por sus hermanos y que, tras interpretarle los sueños al faraón llegó a ocupar importantes cargos en el gobierno; también está el cuadro de Los Desposorios, con el que Villalpando sacó a relucir su facilidad para plasmar joyas y ricas telas; también se exhibe el San Jerónimo de buenas hechuras y el retrato del arzobispo Don Francisco de Aguilar y Seijas, el único retrato, hasta hoy conocido, ejecutado por este artista. Sin firma, pero que bien podría ser de su mano, es una Visión de San Vicente Ferrer.
A continuación se aprecian tres cuadros de Juan Correa, obras que son aceptables, pero ciertamente no de lo mejor que se le conoce, especialmente el de La Dormición de la Virgen que francamente resulta malo. Los otros dos que representan a San Francisco de Asís y a Santo Domingo, son de tono modesto, pero efecto agradable. Los cuadros que representan a los profetas Elías e Isaías fueron mandados hacer para decorar esta iglesia. El autor del primero es Antonio Rodríguez, y el del segundo, su hijo Nicolás Rodríguez Juárez. Adelante se encuentra una muestra, modesta en número, pero de buena calidad, de la pintura académica del siglo XIX; como el imponente Padre Eterno pintado por Pelegrín Clavé en 1867 y que es lo único que se salvó del incendio que sufrió la Profesa. Está también el cuadro de Joaquín Ramírez, con el tema de Jesús y las mujeres de Jerusalem, así como tres cuadros de calidad desigual de Mariano García.
A lo largo del muro izquierdo se puede ver toda la serie con escenas de la Pasión de Cristo con figuras casi de tamaño natural, ejecutadas por varios artistas. Se inicia con el célebre Ecce Homo de Cristóbal de Villalpando, en el que hay que destacar especialmente el correcto trabajo del desnudo cuerpo de Cristo y la hábil disposición de las numerosas figuras. De Miguel Cabrera son dos cuadros: La oración del Huerto y la Crucifixión, firmados en 1761. El cuadro que representa a Jesús rey de burlas es de Nicolás Enriquez, y de Andrés de Islas el de Jesús camino al Calvario, ambos fechados en 1762. El cuadro de Islas presenta numerosas figuras en una composición no del todo afortunada, pero gracias al colorido sobrio y algunos rostros, como el del propio Jesús, consigue crear una atmósfera de hondo sentido dramático. A pesar de que entre el primer cuadro y el último hay por lo menos cincuenta años de diferencia y no obstante la diversidad de manos, la serie guarda una casi completa homogeneidad artística, sin impedir que cada artista deje traslucir su propia personalidad.
La última sala se ha destinado a las obras que, por lo específico de su temática, es muy probable provengan de la Casa de Ejercicios de esta casa Profesa. Se inicia la muestra con el retrato de don Joaquín de Aldama, quien proporcionó los 300 mil pesos para las obras de reconstrucción llevadas a cabo bajo la guía del genial Tolsá. Luego vienen algunos cuadros de autores anónimos con escenas de la Pasión de Cristo, entre los que hay algunos francamente de modestos alcances y otros de mediana calidad. Los cuadros que sobresalen son aquellos que narran con fantasía el infierno y los castigos que les esperan a los pecadores. Hay dos grandes cuadros que representan las Penas del infierno, otro que ilustra la buena y la mala confesión, para finalizar con el del Juicio Final, pintado por Miguel Correa.
En la biblioteca se puede admirar una bellísima tabla con la Asunción de María que, por el empleo de las tonalidades azulosas, bien podría ser de Echave Ibía; está también la serie de retratos de los padres camilos, en la que figuran firmas de fray Miguel de Herrera, Carlos Clemente López y José de Mendoza y Moctezuma. También se encuentra el soberbio retrato que realizara Nicolás Rodríguez Juárez del arzobispo Don Francisco Aguair y Seijas, con mitra, palio, guantes y vestido con ornamento de luto. Asimismo están los retratos de Juan José de Eguiara y Eguren, el del rey Carlos III, y el del virrey Antonio María de Bucareli de José de Alcíbar, que representan el gusto académico que se empezaba a imponer.
Desde los tiempos en que la Profesa era el centro espiritual de la Compañía de Jesús en la Ciudad de México, había en ella buen número de valiosas pinturas, como lo constatan los inventarios que se hicieron entre 1768, y 1773, por órdenes del rey Carlos III con motivo del uso y administración de los bienes temporales de las iglesias y casas que dejaban los jesuitas a consecuencia de su expulsión.
A partir de 1771 el templo de la Profesa cambió oficialmente su nombre al de San José el Real, y se les entregó a los padres de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, quienes también eran poseedores de un buen acervo pictórico que adornaba las iglesias, claustros y casas que acababan de dejar. Así se unió lo que habían acumulado con el paso de los años con la valiosa colección de los recién expulsos. De tal manera que Juan de Viera, el cronista de la ciudad en el siglo XVIII, apuntó en 1777: Juntándose con toda esta grandeza la que tenían los P.P. del Oratorio que era mucha y abundante... lo han puesto los Phelipenses... que faltan ojos para registrarlo.
Con el tiempo, este rico patrimonio pictórico ha sufrido leves cambios, como cuando se formaron las galerías de la Academia de San Carlos, salieron de la Profesa algunas piezas, la mayoría de gran mérito, como los retratos de los generales de la Compañía y los de sacerdotes jesuitas que aparecen desde 1786 en un inventario de las galerías de San Carlos. Diversas obras forman ahora parte de la colección de la Pinacoteca Virreinal, como La Adoración de los Reyes, La Oración en el Huerto y El martirio de San Aproniano, de Echave Orio, así como el extraordinario cuadro del Martirio de los santos Justo y Pastor,del gran pintor de mediados del siglo XVII, José Juárez. Una Sagrada Familia que se atribuía al mismo Echave Orio pero que actualmente se relaciona con Luis Juárez, que se encuentra en una colección particular. Y ya en fecha reciente, destaca la donación al Museo Nacional del Virreinato, de la magnífica serie realizada por Miguel Cabrera sobre la vida de San Ignacio, constituida por 32 grandes lienzos de formas irregulares.
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